Páginas

.

.

lunes, 11 de julio de 2011

Los alimentos son cada vez más caros

Enrique Martínez, persidente del INTI - El 75% de las importaciones de alimentos del mundo lo realizan los países desarrollados. Sin embargo, casi la totalidad de personas con hambre – unos 1000 millones – viven en países pobres.

Buena parte de los pensadores económicos y sociales se mantienen en la inercia de las teorías aplicables a un mundo donde las fronteras nacionales tenían suficiente fuerza como para construir espacios cerrados o semicerrados, que quedaran bajo control de la comunidad local.
Esos escenarios ya no existen. Hoy las fronteras siguen dividiendo comunidades con identidad, pero si estas quieren tener estrategias propias deben hilar mucho más fino que antes, en un entramado de intereses económicos que piensa al mundo como un solo mercado y es capaz de actuar sobre el mismo con más determinación que los Estados nacionales.
Además de las cuestiones del poder, donde aparece la figura de las corporaciones multinacionales en una dimensión casi comparable a los tiempos coloniales, aparece con más urgencia de tratamiento que nunca el espacio de conflicto entre los negocios, la equidad social mínima y la calidad ambiental.
Para no transitar por abstracciones, veamos la reciente discusión al interior del G-20 sobre los precios de los alimentos en el mundo.
Los alimentos son cada vez más caros. Más adelante haré un breve comentario sobre cuáles creo son las causas, pero lo importante es qué se propuso al respecto.
Los países más desarrollados plantearon la necesidad de controlar los precios con algún mecanismo a definir. Lo hicieron en nombre de los países pobres.
Los países exportadores –entre ellos la Argentina– rechazaron el planteo y enfatizaron la necesidad de aumentar la oferta, para evitar presión sobre los precios derivadas de stocks reducidos de algunos granos. Triunfó esta tesis. Así planteado, parece una discusión entre países con intereses contrapuestos y ya está.
Sin embargo, para tener el cuadro completo hay que agregar los siguientes datos:

1 – El 75% de las importaciones de alimentos del mundo la realizan los países desarrollados. El aumento de precios internacionales los afecta en forma directa.

2 – Sin embargo, casi la totalidad de personas con hambre – unos 1000 millones– viven en países pobres. No pueden comprar alimentos, ni baratos ni caros.

3 – La disminución de stocks de algunos granos, como el maíz, se debe a programas de agro combustible auspiciados desde los Estados Unidos, desplazando alocadamente tierra ocupada en producir alimentos, a la producción de energía. Con lo cual es la corporación petrolera la que ayuda a empujar para arriba.

4 – Una vez instalada la hipótesis de escasez presente o futura de alimentos, junto con la producción de biodiésel, grandes corporaciones y países ricos con poca tierra están avanzando sobre África y Latinoamérica para tomar grandes extensiones en propiedad o, a largo plazo, como seguridad de provisión.

5 – El comercio internacional de alimentos está cada vez más concentrado en pocas manos, que se aseguran porcentajes crecientes de la renta global.

6 – La especulación puramente financiera en la bolsa de Chicago se ha demostrado responsable de la creación de burbujas en los precios de trigo y otros granos, que nada tienen que ver con déficit de oferta física.

Con todos esos elementos a la vista resultan evidentes dos cosas:

a) Reunirse para discutir sólo la regulación del nivel de precios de los alimentos es estéril, si no se tiene un diagnóstico profundo compartido.

b) Es necesario jerarquizar los hechos que se dan en este escenario, para evitar mezclar los niveles de importancia de los temas y descubrir después que todo sigue igual.

Ordenando la lista de temas/problemas anotada más arriba, aparece como prioridad el hambre de uno de cada seis habitantes del mundo. Sólo después, aunque inmediatamente después, aparece el precio de los alimentos para quienes hoy están dentro de la economía de mercado.
En esa secuencia, la mejor solución para el hambre pasa por recorrer un camino que no sólo hoy no se intenta, sino que ni siquiera se postula como hipótesis: disponer de tecnologías productivas y sociales para que los propios excluidos puedan producir una fracción importante de los alimentos que consumen. Es necesario romper con la lógica elemental de creer que bajando los precios de los alimentos, quienes hoy no comen ni disponen de recursos, podrían comer. Es produciendo como lo podrán hacer. Y no produciendo para el mercado internacional, como postuló el liberalismo durante muchos años, sino para sus propias comunidades. Ese es un modelo de construcción pendiente, como pendiente está encarar este problema en serio desde hace décadas.
De manera paralela, debe analizarse a continuación el comercio internacional de alimentos. Es independiente de lo anterior, reitero, porque es el análisis de las controversias sólo entre quienes están dentro del mercado.
En esta discusión la globalización nos exige superar el simplismo de suponer que el aumento de oferta hará bajar o estabilizar los precios. En efecto, eso no se puede pronosticar cuando el comercio internacional está en manos de un puñado de empresas o cuando una timba financiera puede definir los precios más de lo que lo haría la existencia de una demanda concreta.
La regulación de precios que propone el mundo desarrollado debe trasladarse a la regulación de las corporaciones comercializadoras y a las bolsas de cereales. También debe aplicarse a la oferta de insumos imprescindibles, como las semillas, en un todo similar al intento de evitar que las compañías farmacéuticas tengan cautivos a los enfermos.
Hay una lógica homogénea que debe aplicarse en toda cadena de valor y con especial razón en la producción de alimentos: defender al más débil.
Si no se incorporan los análisis de poder relativo al interior de los sistemas productivos, en este mercado global que nos toca vivir, alguien se quedó en el ’45. O porque le conviene o porque no ha estudiado el problema con seriedad.

Fuente: Tiempo Argentino